Por Erika Zaragoza Santander

“El autoconocimiento es el inicio de toda la sabiduría”

― Aristóteles

Desde finales de marzo nos estamos enfrentando a un escenario que ninguno de nosotros deseaba: el confinamiento dentro de las paredes de nuestra casa bajo el riesgo latente de salir por un momento y contagiarnos de un virus que ha matado a millones de personas en todo el mundo. Ni en nuestras pesadillas pudimos imaginar que esto tendría para nosotros el 2020. 

No han sido meses fáciles. Por muy positivos que seamos, por muy relajados que seamos, no ha sido fácil. Nos estamos enfrentando a una realidad que nos exige cambiar de hábitos y nos restringe la interacción social tan necesaria para cada aspecto de nuestra vida. 

En estos meses hay quienes han estado en el suelo, quienes han perdido mucho, quienes han perdido a alguien, quienes han perdido la esperanza, quienes lo han perdido todo. En estos meses de confinamiento hay casas en las que los gritos no han cesado y es que la frustración, el estrés por la situación y el encierro son una bomba de tiempo, la violencia doméstica ha aumentado, los niños han pasado de lo divertido que era pasar días sin colegio a la nostalgia de no ver a sus amigos diariamente. En estos meses hay quienes han pensado lo peor.

Pero hay otra parte y es esa en la que me enfoco particularmente hoy… durante este encierro muchas casas gracias a la calidez se convirtieron en hogares. He visto hogares convertirse en verdaderos santuarios gracias a las horas que se han invertido en su decoración, he visto hogares llenarse de plantas, he visto proyectos que se habían pospuesto, finalmente ponerse en marcha. Muchas familias que apenas tenían tiempo de verse durante el día se han compenetrado gracias a la convivencia durante la jornada, he visto niños disfrutar a sus papás durante todo el día. Ante el temor a la enfermedad y sus secuelas he visto reconciliaciones, he visto el perdón sincero, he visto el amor incondicional. Durante este encierro he visto vecinos convertirse en amigos y amigos convertirse en familia y así, en este encierro también hemos descubierto quienes son los verdaderos amigos y a quienes podemos colocar en la lista de “conocidos con anécdotas compartidas”; durante este encierro muchas personas hemos vuelto a los placeres sencillos como comer con la familia, cocinar algo nuevo, leer un nuevo libro o aprender un nuevo pasatiempo. Durante este encierro las llamadas a mamá y papá de quienes tenemos la fortuna de aún contar con ellos son más largas y los “te amo” más sinceros. La interacción con los hermanos supera a los memes compartidos y el abrazo a las mascotas es un refugio incondicional. En este encierro muchos hemos aprendido a respirar profundo y con calma, a disfrutar los gestos pequeños y a agradecer cada momento de paz y de risas, nos hemos unido, nos hemos reencontrado con nosotros mismos y hemos reconstruido lo que estaba roto o estamos en proceso de hacerlo. Este encierro nos ha puesto a prueba y nos ha permitido mostrar de qué estamos hechos y muchos nos habremos sorprendido al sacar fuerzas de donde no sabíamos que había. 

 ¿Qué más da si ganamos unos kilos? En cuanto lo decidamos estaremos listos para volver al ruedo y recuperar la figura con la que iniciamos este confinamiento o mejorarla.

¿Qué más da si perdimos las citas a la estética? Tendremos la oportunidad de intentar un nuevo look. 

Ahora, visto desde mi escritorio y desde lo profundo de mi alma cada mañana, hay mucho por lo que estar agradecidos. Si esta pandemia aún no toca tu puerta, debes estar doblemente agradecido, si ya lo hizo y lo superaste, demos gracias también y si eres de los afortunados que no ha tenido que vivir ninguna tragedia, te invito a que despacito, desde la profundidad de tu alma, agradezcas a la deidad en quien creas. 

No sabemos cuándo va a terminar esto pero me atrevo a vaticinar una cosa: no vamos a salir de esto siendo los mismos que éramos cuando chocábamos copas el 31 de diciembre de 2019 y eso, eso puede ser maravilloso.