El discurso de la reina Isabel II, celebrado este lunes en Westminster, ha tenido toda la pompa y circunstancia reservada para el momento, pero supone de nuevo, a ojos de la oposición británica, que el Gobierno de Boris Johnson vuelve a utilizar a Isabel II con fines partidistas. “Mi Gobierno continúa comprometido en el propósito de abandonar la UE el próximo 31 de octubre”, ha comenzado la monarca el discurso que marca el inicio de la legislatura y que escribe Downing Street. De esta forma, Johnson ha introducido en la ceremonia un mensaje político que todavía está por demostrar. El mandato legal del Parlamento le impuso que solicitara una nueva prórroga a Bruselas si no se alcanzaba un acuerdo antes del 19 de este mes.

Por eso los laboristas consideran que el discurso estaba destinado a ser un ejercicio de cinismo en el que no se plasmaría un programa de Gobierno, sino un programa electoral. “Un discurso de la Reina y una ceremonia de apertura del Parlamento en estos momentos es ridículo”, ha dicho poco antes de la intervención de Isabel II el líder de la oposición, Jeremy Corbyn. “Lo que vamos a ver en realidad es la emisión televisada de un acto partidista desde los escalones del trono real”, avanzó.

El texto lo ha escrito Downing Street, aunque lo lea la monarca desde el trono de la Cámara de los Lores. Su finalidad es establecer los objetivos políticos, económicos y legislativos del Gobierno entrante y dar por inaugurado un nuevo periodo de sesiones en Westminster.

Isabel II se ha desplazado en la carroza real desde el palacio de Buckingham hasta el Parlamento. Su representante en el recinto sede de la soberanía británica, la Dama Ujier del Bastón Negro o Black Rod (que desde hace unos años es una mujer, Sarah Clarke) ha atravesado el patio que separa la Cámara de los Lores de la Cámara de los Comunes para llamar a los diputados y a su speaker (presidente, John Bercow). Será una de las últimas veces que Bercow ejerza su papel, después de que anunciará su dimisión precisamente para el 31 de octubre, fecha marcada en el calendario para que se produzca la salida del país de la UE si no hay acuerdo con Bruselas.

Los ujieres de la Cámara han vuelto a dar a la Black Rod un simbólico portazo en las narices, y Lady Clarke ha golpeado tres veces de nuevo en la puerta con su vara. Toda una ceremonia para simbolizar la separación entre el Legislativo y la Corona. Solo entonces, los diputados acudirán a escuchar a la reina.

En circunstancias normales, la ceremonia sería el comienzo de una nueva etapa política con un nuevo Gobierno lleno de planes y objetivos. Estas no son, sin embargo, circunstancias normales. Se acerca la fatídica fecha del Brexit, el 31 de octubre, y el Ejecutivo de Johnson sigue negociando contrarreloj con la UE para alcanzar un acuerdo. El consenso general es que será necesaria una nueva prórroga. El primer ministro, quien accedió a Downing Street antes del verano después de un traumático duelo interno en el Partido Conservador para suceder a Theresa May, no dispone de mayoría parlamentaria. Su voluntad, así como la de todos los partidos de la oposición, es la de poder celebrar cuanto antes unas nuevas elecciones generales.

El Gobierno de Johnson ha introducido 26 nuevas leyes en el discurso. Planes para endurecer las penas de los condenados por delitos contra la libertad sexual, reglas nuevas de inmigración que harán más difícil acceder al Reino Unido a los ciudadanos de la UE a partir de 2021, nuevas líneas de financiación para el Servicio Nacional de Salud (NHS) y para infraestructuras.

Es muy probable, sin embargo, que el primer ministro no sea siquiera capaz de lograr que el Parlamento apruebe el contenido del discurso, que será debatido en las dos próximas jornadas parlamentarias. De ser rechazado, aumentará la percepción general de que el Gobierno no puede seguir adelante y de que es necesario dar con el modo de poder convocar a los británicos a las urnas.