Habitantes del municipio de Santiago Sochiapan han tomado las armas para defenderse de la delincuencia organizada que asola sus comunidades desde hace varios meses.

Se trata de un pueblo que llora por justicia. Las lágrimas brotan de cada uno de sus habitantes cuando escuchan los relatos de los desaparecidos. Los jóvenes que salieron a vender limones o a comprar ganado y que nunca regresaron se cuentan por decenas.

Pistolas, rifles de caza y hasta armas de uso exclusivo del Ejército son usadas por los hombres y mujeres de aproximadamente ocho pueblos de la región que antes vivían en paz y que ahora buscan evitar que el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) entre a sus hogares.

Santiago Sochiapan se encuentra a unos cuantos kilómetros de varios municipios considerados dentro de la zona de influencia del llamado Corredor Transístmico; sin embargo, sus pobladores no verán sus beneficios, pues se encuentran prácticamente sitiados.

Es una región dedicada a la producción de cítricos y a la ganadería, de campesinos y comerciantes cuyos hijos ahora no pueden ir a la escuela por temor a ser secuestrados.

Los adultos mayores tampoco salen de los pueblos y sus heridas y enfermedades no son atendidas, pues no hay médicos. Vivir ahí significa una sentencia de muerte.

Ahora son pocos los que se aventuran a salir de su territorio y, cuando lo hacen, extreman precauciones para garantizar su regreso. Afuera se sienten vulnerables, desprotegidos, sin el apoyo de su gente.

El miedo es algo lógico para ellos, el temor y la zozobra se alimentan con los casos de familiares desaparecidos o asesinados, casos que son imposibles de denunciar, pues aseguran que las autoridades se niegan a recibirlos y que la Fiscalía de Veracruz no investiga.

Hace seis meses la organización Pueblos Unidos Contra la Delincuencia se conformó con ganaderos, comerciantes, obreros y campesinos que se encontraban cansados de secuestros, asesinatos y extorsión.

Poco a poco han logrado ‘armarse’ y con ello hacer frente a los ataques del crimen organizada.

Un hombre mayor de unos 60 años de edad oculta su rostro con un pañuelo negro. Sus manos curtidas por el sol y el trabajo de campo sostienen un arma de grueso calibre. Asegura que no sabe usarla, pero también que no tiene temor de enfrentarse a tiros con quien intente entrar sin permiso a Benito Juárez, comunidad de Santiago Sochiapan.

Cuenta que al dedicarse a la venta de ganado llamó la atención de criminales que llegaron a su casa para pedirle medio millón de pesos a cambio de perdonarle la vida. Él, hombre bragado a la antigua, se negó.

A quien comanda las autodefensas le ocurrió una historia similar. Una madrugada, un comando armado llegó a su casa; cuando escuchó los primeros gritos, los criminales ya tenían sometido a uno de sus primos.

Poco antes de abrir fuego amenazaron con violar a las mujeres y asesinar a los niños que ahí vivían… después las balas llovieron sobre la fachada naranja.

Como pudieron, con armas de cacería, se protegieron y repelieron la agresión. El pueblo entero escuchó las ráfagas y corrió en apoyo. Sólo por eso salvaron la vida y los agresores huyeron.

En el barro de los pisos de las casas que conforman Benito Juárez, los pies descalzos de niños y niñas corren. Algunos llevan pistolas de juguete en las manos imitando a los adultos que protegen el pueblo; sin embargo, ese no es el futuro que los habitantes quieren para su infancia. Lo que todos quieren es que los jóvenes puedan regresar a las escuelas.

Oscurece en Santiago Sochiapan, los hombres ponen cadenas en las calles y cierran los accesos al pueblo. Sólo queda una entrada y una salida, los encapuchados detienen a los autos que pasan, los revisan y los dejan ir. Cada tanto acarician sus armas, esas que quieren dejar de usar.

Fuente: El financiero.