John Allen Chau estaba obsesionado con convertir al cristianismo a una tribu que vive aislada en una pequeña isla del océano Índico. Una tribu de cazadores y recolectores de unas 200 personas que rechaza el contacto con el mundo exterior. Violentamente. El pasado 17 de noviembre, los habitantes de Sentinel del Norte mataron al misionero estadounidense, de 26 años, cuando intentó por segunda vez que lo aceptaran entre ellos. En el primer intento atravesaron su biblia con una flecha, en el segundo le alcanzaron a él y acabaron con su vida. Más de ocho meses después, aún no ha sido posible recuperar el cuerpo y la investigación judicial apenas ha avanzado.

El aislamiento de la tribu desde hace décadas y el debate en torno a la protección de su modo de vida se impone al suceso. Kala pani (agua negra, en hindi) es el augurio que escucha quien pisa tierra firme en el remoto archipiélago de Andamán y Nicobar, del que forma parte la isla de Sentinel del Norte, en el océano Índico y a más de 1.000 kilómetros del litoral este de India, a la que pertenece. Esta expresión tiene su origen en el tabú cultural sobre la exploración de tierras extrañas, una creencia ancestral que es una certeza en la historia indígena insular tras siglos de ofensas extranjeras: desde el escarnio de Marco Polo hasta la actual invasión turística, pasando por secuestros y enfermedades coloniales. La tribu de Sentinel del Norte volvió a confirmar que los intrusos no son bienvenidos. Su reacción al matar al misionero les enfrenta a un caso de homicidio bajo una legislación que ignoran y desconocen.

Tras el suceso, las autoridades interrumpieron pronto la búsqueda del cadáver ante el rechazo violento por parte de los aborígenes de la isla y el consejo de expertos de preservar los 72 kilómetros cuadrados de su hábitat. No llegaron a pisar la isla.

El aislamiento en que vive esta tribu preneolítica atrajo al joven. La investigación y declaraciones de sus allegados a los medios describen a un predicador que estaba empeñado desde hace años en cristianizar “el último bastión de Satán” del planeta. “¡Mi nombre es John, los quiero y Jesús los ama!”, les gritó al acercarse por primera vez a la isla.

El caso despertó el debate sobre la protección indígena y las misiones cristianas. Evidenció el débil control marítimo indio y dejó a las autoridades frente a un puzle diplomático, con el cadáver de un extranjero en paradero desconocido, y ante un complejo litigio.

El caso sin resolver del misionero asesinado en la isla Sentinel del Norte

“El caso de asesinato sigue abierto, aunque sin progresos después del bosquejo del mapa de ubicación de la isla. Seguimos en contacto con antropólogos y psicólogos”, resume por teléfono Dependra Pathak, director general de la policía de Andamán y Nicobar. Las autoridades no han intentado entrar en la isla, por lo que ni han interrogado a los miembros de la tribu ni han recuperado el cuerpo de Allen Chau. Solo se sabe su supuesto paradero a partir de las declaraciones de los cinco pescadores a los que pagó para que le llevaran a la isla y que supuestamente vieron dónde fue enterrado.

Las autoridades detuvieron a los pescadores. Hoy están en libertad bajo fianza, a la espera de ser llamados a declarar de nuevo si un juzgado lo requiere. “El caso de intento de homicidio involucra a los pescadores y a dos ciudadanos estadounidenses que contactaron con la víctima antes del incidente”, señala Pathak. Los dos estadounidenses son una mujer y un hombre que entraron en contacto con el predicador el 12 de noviembre. El responsable policial no aclara cuál fue su papel. Solo afirma que “el pliego de cargos suplementario requirió la colaboración de contrapartes estadounidenses y del ministerio de Asuntos Exteriores”.

“No se puede aplicar una jurisprudencia que le es ajena a la tribu porque todo sistema legislativo se basa en la cultura de la comunidad que rige. Otros grupos tribales de India tienen una legislación consuetudinaria por la que dirimen problemas. No conocemos las normas de los sentineleses ni su idea de defensa propia, por ejemplo”, razona sobre el caso Kanchan Mukhopadhyay, quien estuvo destinado en Andamán y Nicobar como miembro, ahora retirado, del Estudio Antropológico de India (ASI, en sus siglas en inglés).

Este centro dependiente del ministerio de Cultura es el único que ha interactuado con los sentineleses, pero rechaza cualquier acercamiento después de que la tribu asesinara a dos pescadores en 2006. En conversación con EL PAÍS, Trilok Nath Pandit, exdirector del centro y miembro de una expedición que contactó con ellos, sostiene que solo tratan de defenderse. “La hostilidad es un recurso usado por todos. Sucede entre países, pueblos y personas que se ven amenazadas”, apunta Manish Chandi, miembro desde hace dos décadas del equipo medioambiental de Andamán y Nicobar (ANET, en sus siglas en inglés). Chandi culpa al Ejecutivo indio de haber desoído las recomendaciones que hicieron los expertos un año antes y zanja: “No hay nada que investigar en las tribus. El foco debe estar en la intrusión de John Allen Chau”.

En agosto de 2018, India retiró la necesidad de permiso para acceder a áreas restringidas en 29 islas —incluida Sentinel del Norte— a fin de favorecer el turismo. Tras el revuelo ocasionado por el asesinato, las autoridades barajaron dar marcha atrás a la medida mientras insistían en que aún se requiere autorización especial para entrar en la isla, por la ley forestal y la de protección de aborígenes. Los expertos criticaron la medida entonces y ahora: “Estas decisiones necesitan la aprobación de las tribus. Si una de ellas quiere abrirse al turismo, bien. Pero debe haber consenso”, argumenta Mukhopadhyay.

Tras el asesinato de Allen Chau, el ministerio del Interior de India confirmó 44 infracciones previas recientes de las regulaciones en el archipiélago de Andamán y Nicobar por parte de extranjeros. Nadie ha seguido desde entonces los pasos del misionero estadounidense.